Introducción a los testimonios

 

Esta página pretende rodearse de testigos del Dios encarnado en la espesura de nuestra historia. Al cristiano le pasa lo que al perfume: se expande a poco se abra. Si no se difunde es que ha perdido su identidad. La humanidad ha recibido el cariño de Dios como tesoro inmerecido pero puede que no se haya enterado. Al cristiano le corresponde saber buscar y dar pistas del tesoro.

Pero nos puede pasar lo que al pequeño pez:

  • “Usted perdone”, le dijo un pez a otro, “es usted más viejo y con más experiencia que yo y probablemente podrá ayudarme. Dígame: ¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He estado buscándolo por todas partes, sin resultado”

  • “El Océano”, respondió el viejo pez, “es donde estás ahora mismo”

  • “¿Esto?. Pero si esto no es más que agua… Lo que yo busco es el Océano”, replicó el pequeño pez, totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte. (de MELLO A. “El canto del pájaro”, p. 26)

Y es que Dios se ha hecho carne de nuestra carne de tal manera que parece que no es Dios. Por eso necesitamos la palabra de otros creyentes que hayan sido testigos del paso de Dios por su vida. Testigos de Dios en lo inmanente y sencillo, en las alegrías y los sufrimientos.

La vida de los santos nos han mostrado a veces a Dios en hechos grandiosos. Esto nos puede distorsionar la presencia de Dios. Como a los paisanos de Nazaret, Jesús les decepcionó cuando le pidieron hechos milagrosos (“¿no es este el hijo de José?” Lc 4, 22).

Por eso en esta página vamos a “bucear” en los pequeños hechos de vida que nos trasparenten la permanencia de Dios en nuestro mundo. A un testigo se le pide que sea veraz a lo que ha visto u oído. A un testimonio creyente, que dé señales del paso de Dios en la historia. No hace falta que sea un especialista en liturgia o teología. Sólo necesita que haya tenido experiencia del acontecimiento Dios en nuestro mundo y lo describa fielmente.

En medio de la peregrinación por este mundo aparentemente vacío de Dios, necesitamos pequeñas luces que nos “guíen hasta el monte santo, hasta su morada… que nos acerquen al Dios de mi alegría” (Salmo 42) Cuando nos encontramos con Dios, nos cambia la vida y estamos capacitados para irradiar el buen olor de Cristo.

 Publicado por a las 13:28