Orar es…

 

 

“La oración es el aliento de la fe, es su expresión más adecuada. Como un grito que sale del corazón de los que creen y se confían a Dios. Tal como le sucede a Bartimeo, un personaje del Evangelio (cf. Mc 10,46-52 y par.), ciego, que se sentaba a mendigar al borde del camino en las afueras de su ciudad, Jericó.

Este hombre aparece en los Evangelios como una voz que grita a pleno pulmón. No ve; no sabe si Jesús está cerca o lejos, pero lo siente, lo percibe por la multitud, que en un momento dado aumenta y se avecina… Pero está completamente solo, y a nadie le importa. ¿Y qué hace Bartimeo? Grita. Y sigue gritando. Utiliza la única arma que tiene: su voz. Empieza a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» (v. 47). Sus gritos repetidos molestan, no resultan educados, y muchos le reprenden, le dicen que se calle. Esa testarudez tan hermosa de los que buscan una gracia y llaman a la puerta del corazón de Dios. Es una profesión de fe que sale de la boca de ese hombre despreciado por todos.

Y Jesús escucha su grito. La plegaria de Bartimeo toca el corazón de Dios, y las puertas de la salvación se abren para él. Jesús lo manda a llamar. Él se levanta de un brinco y los que antes le decían que se callara ahora lo conducen al Maestro. Jesús le habla, le pide que exprese su deseo —esto es importante— y entonces el grito se convierte en una petición: “¡Haz que recobre la vista!”. (cf. v. 51).

La fe es tener las dos manos levantadas, una voz que clama para implorar el don de la salvación. El Catecismo afirma que «la humildad es la base de la oración» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2559). La oración nace de la tierra, del humus —del que deriva “humilde”, “humildad”—; viene de nuestro estado de precariedad, de nuestra constante sed de Dios (cf. ibid., 2560-2561).

La fe, como hemos visto en Bartimeo, es un grito. La fe es la esperanza de ser salvado.”                        

Extracto de la audiencia del papa Francisco sobre la oración

 

Con este espacio de “ORAR DESDE EL TRABAJO” pretendemos ayudar en la bonita tarea de abrir los ojos del paso de Dios por el mundo del trabajo. Podemos sentir ahí la pasión de Dios a favor de los que padecen su condición de empobrecido y nos pide acompañarle en su liberación. 

Estamos convencidos que el trabajo es un lugar donde Dios nos muestra su presencia, su teofanía (Ex 19, 16)

¡Ánimo y estate atento/a al paso de Dios por tu vida y de las personas con las que trabajas!

 Publicado por a las 13:13